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jueves, 16 de julio de 2009

El oficio del soplado

En el sur del Conurbano Bonaerense existían talleres de vidrio. Allí se aprendía la técnica del soplado. Con el testimonio de obreros se logra entender el oficio y la realidad que lo atraviesa actualmente.

Se cuenta que el origen del vidrio ocurrió por error, de la mano de un grupo de mercaderes en Egipto, desde entonces éste descubrimiento ha producido una inquietante fascinación en las personas que se han ocupado de moldearlo, mezclarlo, colorearlo y darle forma. Existen muchas técnicas para trabajarlo y lograr con él los más variados usos. Sin embargo, es en el soplado del vidrio donde la técnica se vuelve arte.

Los primeros sopladores fueron traídos al país desde Chescolovaquia, Alemania, etc. en el año 1905. Estos fueron los encargados de transmitir un oficio, por entonces poco conocido. A partir de éste momento el mayor asentamiento de cristalerías se ubicó en la zona de Berazategui, que con el tiempo adquirió el nombre de “Capital Nacional del Vidrio”.

En la localidad de Ezpeleta uno de los talleres más conocidos, en el auge de la cristalería, fue la “Cooperativa Ezpeleta”, menos conocida como “Cooperativa Constancia”. La finalidad de la misma, era la de construir entre todos los obreros un oficio realizable y así mantener a la pequeña empresa en pie. Estaba formada por una comisión que era elegida a través de asambleas por socios y obreros. La funcionalidad consistía, en que todos los trabajadores hiciesen un fondo común, de ahí se compraban materiales, maquinaria, materia prima y se podía pagar mucho más sueldo, del que decía en el convenio. De esta manera, un obrero pasaba a tener acciones que iban a un “pozo”, como se llamaba, el dinero acumulado allí se repartía entre todos. La idea de la cooperativa, era la de mantener al obrero en un ambiente de trabajo estable y pudiese aprender todas las técnicas.

El soplado del vidrio es un oficio que se ha transmitido de generación en generación, es un oficio que tarda años en aprenderse y perfeccionarse.

- “Yo aprendí a los doce años, en la década del 50…”

Es la primera frase de Ignacio Gómez, con la que me fue revelando un universo lleno de belleza y matices, dejándome ver su pasión por el oficio del soplado y del vidrio. Quizás se vaya desvaneciendo lo que con amor alguna vez construyó, pero a medida que la conversación se llevaba a cabo, miraba dentro de si e iba resolviendo la historia sin dioses, ni generales, solo brillaba en sus ojos la caricia que rosa sin tocar, esa caricia que vuelve cuando uno cruza la calle del recuerdo. Por momentos, su mirada cálida se perdía en los rincones de su memoria, esbozando una sonrisa casi cómplice con sus recuerdos y hacia largas pausas, para recordar el artista que alguna vez fue.

- ¿Cómo era la actividad?

(Se prende un cigarrillo y hace una pausa larga)

- “Con una batea chiquitita se calienta el vidrio. Se saca con una caña, trabajando sobre una placa, una madera y se le va dando la forma que uno quiere para terminar haciendo un vaso.

Los que trabajaban para hacer una copa eran: el soplador, el obrero que hacia el pie, el otro que tenía la caña, y dos sacadores. Aproximadamente eran ocho personas, depende de lo que se tenía que hacer… Yo sacaba la caña, soplaba y salía la gota de vidrio, la pegaba, la cortaba y con una palita le hacia la forma, la pierna, con un pedacito de vidrio, todo en caliente…

¡Esto era un arte!...”

Con el correr del tiempo y con la aparición de la automatización, los sopladores de vidrio fueron siendo poco a poco reemplazados, en las grandes cristalerías, por máquinas. Sin embargo, en Ezpeleta sigue funcionando una de las primeras fábrica, la “Cooperativa El Progreso”. Fundada el 20 de Abril de 1947. Encontré allí, un grupo humano excepcional, que se dedica a éste oficio y valora el trabajo manual de sus obreros.

Emilio Maczul, uno de los trabajadores, mientras intentaba transmitirle a los nuevos su oficio, que tardó más de 30 años en aprender. Me contaba que ésta fábrica se dedica a la producción por encargo de copas, jarras, jarrones y algunas artesanías que realizan.

- “Domingo por medio abrimos talleres a la comunidad, acá vienen como diez personas que concurren por la sola fascinación que tiene por el vidrio y para intentar las primeras piezas.”

Hoy la mayoría de las fábricas y talleres ya no existen, de aproximadamente 17 quedaron menos de la mitad. Las que sobreviven actualmente, a contramano de los modernos equipamientos y a fuerza de preservar el oficio, se dedican a hacer la producción por encargo u ofrecer cursos para seguir trasmitiendo todo el conocimiento de las técnicas.

Ignacio Gómez, el ex obrero de la Cooperativa la Constancia, de Rigolleau tiene una opinión, una visión un poco diferente de los cursos que se realizan. Para él un soplador tiene que aprender desde joven.

-“Y… el vidriero tiene que hacerse, tiene que saber cuando va a saltar el vidrio, quemarse, hacerse ampollas…”

A través de los colores, los sonidos del cristal surgen fascinantes anécdotas que se relatan desde la experiencia de cada obrero, ofreciéndonos la historia y el origen de su oficio. La puesta en común de todos ellos es el brillo en sus ojos, al contar la actividad del soplador, como artista, como trabajador… ¡qué importa la diferencia!. Se notan orgullosos de lo que hacen, motivación para seguir manteniendo una cooperativa en algunos casos, acompañando la transmisión del conocimiento sobre el manejo del vidrio, a sabiendas de que muchas técnicas morirán con ellos.

Ésta es la realidad de un oficio en extinción, un oficio que en algún momento de la historia tuvo un auge tan impresionante como increíble.

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